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Antes de comenzar mi tratamiento de quimioterapia, tuve una larga videollamada con la enfermera general del Dr. K. durante la cual me explicó la logística de las sesiones de quimio y sus efectos secundarios —desde las náuseas hasta el riesgo de insuficiencia cardíaca y caída de uñas. Tal cual...
En un momento de la conversación, la enfermera mencionó un porta cat —un dispositivo que se coloca debajo de la piel del pecho para administrar las drogas directamente en una vena cercana al corazón. Lo hizo casi como al pasar y dándolo como hecho consumado. Mala idea...
No soy amiga de no tener opciones y tampoco soy amiga de tratar información importante como al pasar con la esperanza de que sea aceptada sin más. Esta estrategia me pone a la defensiva, y fue precisamente así cómo el incidente del porta cat me hizo reaccionar.
En defensa de la enfermera, debo decir que un porta cat facilita cada infusión de quimio y protege las venas —evitando la necesidad de buscar y pinchar. Dicho esto, aunque el porta cat sea parte del protocolo estándar, el aparato en cuestión no siempre es una necesidad.
Ahí es donde entran a jugar las opciones y ahí es donde yo me empecé a enojar.
¿Y... cómo se inserta el porta cat debajo de mi piel? —pregunté como al descuido.
Con un procedimiento quirúrgico —respondió la enfermera, también como al pasar.
¿Con anestesia local o general? —pregunté entones.
Es un procedimiento de una hora y media, por lo que se necesita anestesia general.
No —dije yo sin titubeos.
En realidad es una sedación —la enfermera intentó explicar.
No —dije nuevamente, esta vez rompiendo en llanto. Y redoblé la apuesta con un no, no y no, sin siquiera pestañear.
Siguió a continuación un incómodo silencio, para luego ser interrumpido por palabras como práctica común, recomendable y no tener nada de qué preocuparme. Pero estábamos hablando de anestesia general, un artefacto tamaño cuarto de dólar bajo mi piel y, lo que no es poco, una cicatriz más!
¿Vos viste mis venas? —le pregunté con firmeza.
Me había quedado claro que el porta cat era práctica estándar y conveniente, pero en ningún momento había escuchado que fuera necesario... No estoy cuestionando la quimio, qué medicamentos me están dando o cuántas infusiones estoy recibiendo —dije mientras seguía llorando—, PERO, en lo que respecta a venas, yo soy el paciente soñado de toda enfermera. Lo mío no son venas. ¡Son caños!
Siguió otro silencio incómodo y luego la enfermera accedió a consultar con las enfermeras a cargo de la quimio. Pasadas unas horas, me pidieron que enviara por correo electrónico algunas fotos de mi antebrazo y, más tarde ese mismo día, se acordó que podía (al menos por ahora) omitir el porta cat.
Sonreí y me sentí aliviada pero, en el fondo, seguía enojada.
¿Por qué no me habían dado la opción? ¿Por qué nadie se había molestado en mirar mis venas antes de decidir? ¿Por qué daban por sentado un procedimiento invasivo estándar, sin opción de que parte de mi tratamiento se pudiera personalizar? —y ¿por qué no decirlo?, ¡Lauralizar!
Hay muchos aspectos de la quimio experiencia sobre los cuales un paciente no tiene voz ni voto porque están sujetos a protocolos y estándares. Y si bien los protocolos y estándares suelen ser algo bueno porque hay investigación y data que los respaldan, a veces pueden ser —al menos para pacientes como yo— una contrariedad.
Yo no elegí haber tenido cáncer de mama, ni habría elegido hacer quimioterapia. Pero, como fue por orden médica, la quimio es parte del plan.
Dicho eso, seguiré haciendo preguntas y escuchando atentamente las respuestas. Y, si algo no es necesario, uno tiene (quimioterapia y más allá) la capacidad de optar por no participar.
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