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Han pasado un poco más de dos meses desde mi última sesión de quimioterapia, y no puedo creer que haya estado en silencio literario todo este tiempo ...
A pesar del tornado de reflexiones en constante soliloquio dentro de mi mente, no logré dejar correr mis dedos sobre el teclado. Cada vez que lo intentaba, algo me lo impedía...
¿Por qué estoy tan falta de energía? —me pregunté una y otra vez. ¿Estoy procrastinando? ¿Es acaso mi blog un nuevo proyecto que empiezo y dejo a mitad de camino?
Entonces, me bajó la ficha: ¡necesitaba un D-E-S-C-A-N-S-O!
Verán ... con el final de la quimioterapia, parte de mi identidad se había desvanecido. Ya no era paciente de quimio, sin embargo, aún no podía volver a mi vida corporativa. Tenía en agenda el comienzo de mi tratamiento de rayos, pero primero necesitaba dejar pasar un mes...
Estaba en una suerte de limbo oncológico y profesional.
Agreguen a la mezcla algunos giros y vueltas en mi vida personal (incluido el final de veinte años de ruta compartida con quien pronto sería conocido como mi exmarido) y el resultado fue un completo limbo existencial: ¡no era paciente de quimio, ni abogada en ejercicio, ni siquiera esposa! Suspiro…
Ahora bien ... ¿era eso algo malo? No necesariamente. Como ocurre con muchas cosas en la vida, la respuesta es "depende".
Un descanso es una interrupción de la continuidad. Puede significar el final de algo, pero también puede ser sólo una pausa. Y, si es una pausa, dicha pausa puede ir seguida por la reanudación de aquello que fue interrumpido, o puede ir seguida de una nueva etapa (o una versión transformada) de aquello que se detuvo.
Dicen que los descansos pueden hacernos sentir mejor al proporcionar un sentido renovado de energía y enfoque, pero no todos los descansos son iguales. Los buenos descansos pueden reducir la fatiga mental y emocional, mientras que los malos descansos pueden ser contraproducentes y provocar aburrimiento y más estrés.
¿Y qué tipo de descanso fue el mío? —es la pregunta.
Bueno... ¿por qué tomar la vía simple, cuando el descanso de una puede ser una combinación de ambas opciones?
Con mi mentalidad de vaso medio lleno, me regalé un espléndido viaje de fin de quimioterapia —el destino permanecerá en secreto hasta un momento posterior por determinar—, continué dándome espacio para soñar despierta en mi cafecito habitual, y seguí con mis diarias caminatas liberadoras de endorfinas. Este fue mi buen descanso. Me sentía llena de energía. Ideas y proyectos florecían en mi mente. Había risa en mis días y, aunque sabía que el camino estaría lleno de altibajos, tenía una sensación general de esperanza y bienestar.
Pero el estrés de la vida y la ausencia de estructura se impusieron... Me encontré perdida en un laberinto emocional, sin un norte tangible y preguntándome qué hacer con mi vida. Anotaba ideas, creando listas, planificando y programando, sólo para encontrarme llegando al final de cada día E-X-H-A-U-S-T-A y con dos tercios de las tareas en mi lista diaria sin terminar. El estrés de mis días se empezó a trasladar a mis noches, y el ciclo se iba repitiendo una y otra vez de principio a final.
Realmente una C-A-G-A-D-A...
Probé todas las estrategias que se me ocurrieron: meditación, jogging al sol, caminatas descalza sobre el césped, limpieza de cajones e incluso afirmaciones… ¡Lo que fuera!
¿Me sentí mejor? No. ¡Una C-A-G-A-D-A.
Podía sentir el cortisol literalmente subiendo por mi cabeza, mientras una fuerte sensación de hundimiento oprimía mi corazón ...
Entonces, decidí hacer algo que iba en contra de mi naturaleza: R-E-N-D-I-R-M-E.
Dejé de resistirme a la cagadez —¿es eso siquiera una palabra?— y le di un respiro a mi mente y a mi alma. Dejé de hacer listas, me di permiso para no hacer nada, lloré intermitentemente (según era necesario) hasta que, una mañana, el gran agujero oscuro en mi corazón se sintió menos vacío y parte de la cagadez desapareció.
Esa mañana, fui a dar una larga caminata al sol, luego me duché, me puse un vestido blanco de verano y (siguiendo el sabio consejo de mi madre) me eché una pañoleta de color al cuello y me puse maquillaje. Sacudí mi cabello oscuro de izquierda a derecha y me miré al espejo: ¡Ta-Da ! Ahí estás —me dije sonriendo y recuperando mi poder.
Estaba lista para volver al ruedo.
Después de muchas semanas de buen y mal descanso, las cosas habían decantado. Las partículas de mal descanso habían caído al fondo, y las semillas de buen descanso habían subido a la superficie y estaban a la vista:
Ya no era paciente de quimioterapia, pero el viaje de seis rondas de quimio me había dado un nuevo nivel de resiliencia y estaba lista para verter mi nueva fortaleza en la siguiente fase de mi tratamiento y de mi vida, en general.
Por el momento, no era abogado en ejercicio, pero la escritura se había convertido en mi salida creativa y emocional (para mí y para otros en camino de curación similar).
Por último, pero no menos importante, ya no era esposa de mi compañero de veinte años, pero me había convertido en un modelo de mujer más sólido para mis hijas y una madre aún más fuerte.
¿Entonces, cuál es la moraleja de la historia?
Un descanso no es un momento fijo en el tiempo. Es un proceso y puede ser un final necesario y una pausa reparadora a la vez.
Ya no soy paciente de quimioterapia. Y, en la actualidad, ni soy abogado en ejercicio, ni soy esposa. Pero el vaso todavía está medio lleno, y este descanso me ha dejado una identidad no perdida, sino transformada: redefiniendo mi papel como paciente oncológica, escritora creativa y mamá.
Mi descanso ha sido un entreacto evolutivo no lineal y estoy lista para el nuevo capítulo que comienza. Mi descanso no fue una mera pausa, ni fue una simple interrupción. Mi descanso, con lo bueno, lo malo, y la combinación ambos, fue una transición generativa hacia la siguiente fase de mi curación.
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