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EL ANILLO DE COMPROMISO
Hace muchos años (muuuucho antes de que me diagnosticaran cáncer de mama) comencé a planear cómo distribuiría ciertas joyas entre mis dos hijas -ya hemos establecido que soy una chica con personalidad Tipo A, por lo cual esto no debe sorprender a nadie. Mi anillo de compromiso era parte de las joyas en cuestión y fue asignado inicialmente a mi hija mayor E., pero, con el final de lo que en un momento supo ser mi "fueron felices y comieron perdices", comencé a preguntarme si todavía era la decisión correcta.
Entonces, mi personalidad Tipo A decidió hacer una de las cosas que mejor hace: una lista de pros y contras. Del lado de los pros, tenía un elemento bastante predecible: el valor sentimental del anillo. Sin embargo, algunos elementos en el lado de los contras me hicieron dudar... Por ejemplo, lo más probable es que E. nunca usara el anillo (ya que uno normalmente no usa el anillo de compromiso de otra persona) y, lo que es más importante, el anillo estaría perpetuamente vinculado a lo que alguna vez pensamos que sería, pero al final no fue...
Entonces, unas semanas más tarde, mientras tomaba algo con mis amigas T. y C., abrí el debate: "¿Qué han hecho ustedes con sus antiguos anillos de compromiso?"
“Yo vendí el mío”, dijo T.
"Oh, ¿lo vendiste?" dije retóricamente.
"Joder, que sí..." respondió ella. “Me compré un auto con el dinero”.
“Yo todavía tengo el mío”, dijo C. “No estoy segura de qué hacer porque tengo dos hijas y a cuál de ellas se lo daría?”
“¿Qué tenés en mente vos?”, me preguntó C.
“Creo que quiero transformarlo”, respondí y, tan pronto como lo dije en voz alta, supe que ésa era la respuesta correcta para mí.
No quería diseñar un anillo nuevo, ni tampoco quería crear una pieza complicada (sin importar lo elegante que fuera). Quería sacar el diamante de su engarce original y crear un cadena donde la gema fuera el dije central. Yo usaría la pieza transformada durante algunos años, y más adelante pasaría a E.
Esto hacía mucho sentido para mí por razones prácticas y, lo que es más importante, por razones sentimentales.
Un anillo de compromiso es símbolo del amor y el compromiso entre dos personas. El anillo tiene forma de círculo porque simboliza que dicho amor y compromiso no tienen principio ni fin. Y la gema suele ser un diamante, que, entre otras cosas, simboliza la fuerza interior, la singularidad, la esperanza y la salud.
A veces, la vida pasa… las personas crecen en direcciones diferentes, su compromiso se rompe y el amor, al menos en su forma original, termina. Pero, ¿significa eso que todo lo demás que el anillo simboliza también debe llegar a su fin?
Me quedé pensando...
Mi mentalidad "vaso medio lleno" sabía con claridad meridiana que la respuesta era "no".
Pasaron unos meses y, un día, mi anillo de compromiso y yo entramos a mi joyería favorita en la Avenida, donde el Sr. R., joyero propietario, me saludó con su habitual amistosa seriedad.
“Tengo EL anillo”, dije, mientras ponía mi solitario sobre la mesa de cristal con determinación y convicción.
"Bueno. ¿Qué hacemos entonces?
“Quiero transformarlo en un collar colgante. Sin firuletes, ni adornos. Sólo la gema en el centro”, respondí.
“¿Querés crear un engarce tipo canasta alrededor del diamante?”, preguntó el Sr. R.
“No,” respondí. “No quiero que nada comprima la gema. Quiero un diamante independiente, casi flotante”.
"Dalo por hecho," dijo el Sr. R.
Así que dejé mi anillo de compromiso en manos del señor R. y, una vez más con determinación y convicción, me fui.
DÍA DE GRADUACIÓN
Un par de semanas después de mi visita a la joyería del Sr. R., tenía programada mi última ronda de Herceptin. Era mi día de graduación después de un año de tratamiento contra el cáncer de mama. ¡Hurra!
¿Hurra..?
Pensé que estaría nadando en un mar de emoción abrumadora, sin embargo, algo no se sentía como lo había imaginado...
Para empezar, en la víspera de mi graduación me quedé despierta hasta pasada la medianoche sin hacer nada: viendo episodios de Netflix, organizando cosas al azar que no necesitaban organización y, en pocas palabras, engañándome a mí mismo para no irme a la cama.
“¿Qué está pasando…?”, me pregunté mientras seguía cliqueando con el control remoto sin rumbo fijo. "¿Por qué no me voy a la cama?"
Entonces me di cuenta: al retrasar mi ida a la cama, estaba creando la ilusión de retrasar también mi último Herceptin y, a su vez, retrasar también mi graduación. Quedaba entender por qué...
Finalmente me fui a dormir y, antes de darme cuenta, sonó la alarma. Había legado el Día G.
Abrí los ojos y todo se sentía diferente a mi primer día de quimioterapia: sin saltos rápidos de la cama, sin sesión de meditación, sin rutina de abdominales... Sin embargo, me retoqué las puntas del cabello y sonreí con orgullosa sensación de triunfo mientras la planchita se deslizaba por mis (ahora fuertes y resistentes) mechones. Eventualmente, me quedé sin excusas para seguir retrasando las cosas, y mis hijas y yo nos dirigimos a la clínica del Dr. K.
Las enfermeras habían decorado mi sillón habitual con un corazón rosa y una estrella rosa, y todo estaba listo. Me instalé en el sillón, recibí un último pinchazo en el brazo derecho y observé cómo el gotero hacía su trabajo por última vez. Un año de recuerdos pasaron como ráfaga ante mis ojos y, para mi sorpresa, al igual que con mi primera ronda de quimio, había ansiedad: una vez más, ansiedad hacia lo desconocido.
Verán... durante el último año fui paciente en tratamiento oncológico, sostenida por el Dr. K., las enfermeras, el técnico de laboratorio y un programa meticulosamente organizado de infusiones intravenosas cada tres semanas. Durante todo un año, tuve una identidad definida, contenida dentro de una estructura también definida, y eso me dio una gran sensación de seguridad. Ahora me estaba graduando y, sin nada que tratar, era hora de soltar la estructura (y, por consiguiente, la seguridad).
El dilema era si eso también iba a dejar mi identidad perdida en el proceso...
IDENTIDAD
Hablemos de identidad.
Nuestra identidad resulta, en gran medida, de la forma en que pensamos sobre nosotros mismos, cómo nos definimos y la historia que nos contamos sobre quiénes somos. Cuando experimentamos una pérdida, gran parte del duelo se centra en aquello que hemos perdido (puede ser una cosa, una relación o incluso una parte de nuestra condición física o salud). Ésa es nuestra pérdida primaria y de ella se desprende un duelo primario también. Sin embargo, hay una pérdida secundaria (y, en consecuencia, una parte secundaria del duelo) que acompaña el proceso: la pérdida de identidad.
Ejemplo: nuestro ser físico.
Nuestro ser físico está profundamente vinculado a nuestra vida cotidiana y, a raíz de ello, una enfermedad o lesión grave pueden afectar nuestra identidad.
Sentada en mi sillón de endovenosa por última vez, me di cuenta de que, en mi caso, el dilema de la pérdida de identidad operaba en sentido inverso. Mi ansiedad hacia lo desconocido y la pérdida de identidad no provenían de la enfermedad. Venían del final (¿pérdida?) del tratamiento y del nuevo camino (ahora como paciente sana) que estaba a punto de comenzar...
¿Entonces..?
UNA GEMA INDEPENDIENTE
En la tarde del Día G, volví a la joyería de la Avenida para recoger mi collar. Era exactamente como lo había imaginado: una gema independiente, libre de su antigua estructura. Era elegante, brillante y fuerte.
Era YO.
El compromiso una vez simbolizado por mi solitario había terminado, pero siempre preservaría la esencia de lo que había sido y dos décadas de recuerdos. Del mismo modo, a partir del Día G, ya no era una paciente oncológica que necesitara tratamiento activo y estructura de apoyo médico continuo. Estaba lista para capitalizar lo aprendido durante mi quimio experiencia y el resto de mi tratamiento; lista para ser dueña de mi salud, mi libertad y el camino adelante por andar.
A lo largo de este viaje de un año, alguien (vos sabes quién sos) me recordó a menudo que lo único constante en la vida es el cambio. Ahora lo entiedo y me permito agregar: a veces, aceptar el cambio nos permite recuperar nuestra esencia; nuestra fuerza interior, nuestra salud y esperanza y nuestra singularidad.
La ansiedad por lo desconocido no se ha ido, pero, a medida que avanzo, suelto los viejos engarces y estructuras. Redescubro mi propia gema interna independiente.
Y retomo las riendas de mi identidad.