Hoy tuve mi primera cita de seguimiento —a la mitad de cada ciclo de quimio (veintiún días), veo a mi oncólogo para un control general y, lo que es más importante, un recuento de glóbulos.
Llegué temprano, vi al técnico de laboratorio y, en cuestión de minutos, el Dr. K. tenía los resultados en sus manos. Todo se ve muy bien —dijo, reforzando el mensaje con el pulgar hacia arriba. Un sexto del trayecto recorrido, y estás lista para la siguiente sesión —agregó mientras me miraba con una sonrisa y me hacía un guiño.
Es difícil creer que, durante la semana siguiente a mi primer sesión de quimio, por un breve (aunque intenso) intervalo de 72 horas, me sentí morir —lo sé, mala elección de palabras en el mundo de los pacientes de quimio, pero es literalmente cómo me sentí. Náuseas, escalofríos, carreras al baño, agotamiento después de subir un patético tramo de escaleras y una sensación general de estar enferma.
Hoy, es casi como si nada hubiera pasado. Mi recuento de glóbulos de sangre está donde debe estar, mi apetito es bastante normal y mis niveles de energía han vuelto a donde debían. Supongo que a esto se refería el Dr. K. al decir "lo vas a sobrellevar bien".
Yo pensé que se refería a que no tendría efectos secundarios, cuando en realidad se refería a que podría recuperarme con rapidez.
Me embarga una sensación de humildad y asombro al mismo tiempo. Humildad, al ver la fragilidad de la salud y las cosas que damos por sentado —nunca voy a volver a mirar el corto tramo de escaleras que conecta los dos niveles de nuestra casa de la misma manera. Asombro por cómo, en cuestión de días, el cuerpo humano (si funciona correctamente) sabe qué hacer para restaurar la normalidad en nuestras vidas (al menos, en lo que respecta al recuento de glóbulos de sangre).
Hubiera preferido evitar las náuseas, los escalofríos y la sensación general de muerte. Pero hay algo poderoso y estimulante en poder mirar atrás (con el beneficio de la retrospectiva y la memoria sensorial de las náuseas, los escalofríos y la fatiga), sabiendo que, en condiciones normales, uno tiene la capacidad de recuperarse —en la quimio y en la vida en general.
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