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Feliz Quimioversario Para Mí! (2/11)


Aunque no soy asidua a la peluquería, me gusta el resultado final. El problema es que, en términos generales, nunca le he tenido paciencia al proceso —lleva demasiado tiempo y frecuentemente me encuentro pensando "¿ya llegamos?"


Pero hoy es diferente... Hoy es mi cuarto cumplemes de fin de quimio y eso quiere decir que hoy no es un día más.


Verán... Si una logra mantener el cabello (o, al menos, una gran parte de él) durante su quimio-experiencia, una vez finalizado el tratamiento sistémico debe "acunar" su cabello por M-E-S-E-S.


Durante un mínimo de cuatro meses, una debe evitar cepillarse el cabello, cortarse el cabello o siquiera tocarse el cabello. Suspiro… En pocas palabras, una no puedes hacer nada que altere la fragilidad del cabello porque, de lo contrario, se desprende. ¡U-N-M-O-N-T-Ó-N!


Por eso mi alma anti-salón de belleza ha estado contando los días desde la última infusión de quimio y el día finalmente ha llegado: ¡feliz cuarto mes quimioversario para mí!


Pasé por la peluquería más emocionada que nunca y pedí un turno: corte, color, keratin y algún otro mimo capilar disponible.


¿Será que mi alma anti-salón de belleza está teniendo una crisis de identidad post quimio? No lo creo, pero el período de espera ciertamente ha recalibrado la lente a través de la cual miro la experiencia de salón de belleza en su conjunto.


Antes de mi quimio-experiencia, solía dar por descontado mi acceso al estilista; nunca imaginé un escenario en el cual pudiera perder mi cabello o correr el riesgo de verlo atascado en mechones en un cepillo. Solía ​​angustiarme por la duración de mis citas a la peluquería y las cosas que me estaba perdiendo mientras me atendían.


Suspiro (de nuevo) ...


Después de cuatro meses de quimio-experiencia (y la amenaza capilar asociada a ellos), rematados con otros cuatro meses de paciente espera acunando mi cabello, y presenciando lo que en mi alma se sentía como el lento pero incesante desprendimiento de mi melena, desarrollé un nuevo nivel de apreciación por lo que tengo y su fragilidad intrínseca.


Aprendí a saborear la gratificación que viene después de la espera, descubrí la relación entre paciencia y perspectiva, y entendí que pocas cosas son permanentes en esta vida.


Comprobé que el disfrute, como experiencia en sí misma, comienza con el primer mimo del proceso y no se limita al resultado final.

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