Aunque mi tratamiento de quimioterapia ha terminado, aún voy al consultorio del Dr. K. cada tres semanas para recibir una infusión de Herceptin -- como recordarán, siendo una alumna de rendimiento ejemplar y personalidad tipo A, mis células cancerígenas no podían sino testar positivo para la proteína HER2, lo cual significa que necesito un medicamento adicional (no quimio) durante un año completo.
Mis infusiones de Herceptin generalmente están programadas para los viernes (al igual que mis antiguas sesiones de quimioterapia), pero, como el Dr. K. tuvo que viajar, esta vez mi infusión se adelantó al día miércoles, y quiso el destino que omitiera agregarlo a mi calendario ...
El martes por la mañana, recibí un recordatorio automático en mi teléfono celular y sólo entonces caí en la cuenta de que tenía una nueva ronda de Herceptin programada.
“¡Vaya!”, pensé desconcertada para mis adentros. "¿Es posible que casi haya pasado por alto mi tratamiento de prevención del cáncer?"
Entre mi nueva realidad como cabeza de familia, las múltiples actividades de mis hijas, el trajín de la vida cotidiana y el soñar despierta en mi café habitual, habían transcurrido tres semanas en un abrir y cerrar de ojos ...
Una manera fácil de explicar el casi-olvido de mi cita oncológica sería concentrarme en el hecho de que nunca la puse en mi calendario. Pero, con más de veinte años de terapia en mi haber, esa sería una manera simplista, -me atrevo a decir, superficial y casi insultante para la inteligencia- de ver las cosas.
Entonces, hice una pausa para pensar más profundamente, buscando el verdadero por qué.
Opción A: no me gustan mis sesiones de Herceptin.
Opción B: Tengo miedo a la reaparición del cáncer.
Opción C: El sentirme y verme fuerte me hacen perder de vista que aún estoy en tratamiento oncológico.
Hmmmm…. Hay algo de verdad en cada una de estas alternativas, pero, dado que no incluí una opción que aglutine A, B y C, voy a ir con la Opción C.
Verán ... con mi mentalidad de vaso medio lleno, he diseñado mi propia versión de paciente quimio-oncológico y por lo general no me veo, sueno, o actúo como alguien que está enfrentando una E-N-O-R-M-E prueba de la vida.
La ventaja es que esto me permite transitar esta prueba con entereza y altura (¡aun con tan sólo un metro sesenta!). Sigo descubriendo el paño del qué estoy hecha y cuánto puedo soportar, y sigo siendo un modelo sólido para mis hijas (y, francamente, para mí misma).
La desventaja es que, a veces, me encuentro al límite de mis fuerzas y el mundo que me rodea pareciera no poder (o no querer) verlo --me encuentro dando constantemente, rara vez tomando, y me pregunto ¡¿por qué no dejan de tironearme en tantas direcciones y me empiezan a cuidar a MI?!
Esto me hizo pensar ...
¿Será acaso consecuencia involuntaria del viejo y conocido "finge hasta que lo consigas" (léase, "fake it until you make it")?
Dicen que la forma en que nos vemos afecta la forma en que actuamos y nos sentimos -lo imaginamos, lo actuamos y creamos un futuro diferente en nuestras mentes-, pero hay una diferencia entre "fingir hasta conseguir" y "actuar hasta convertirse". Lo primero es una imagen para el mundo exterior. Lo segundo, una realidad.
En mi caso, hay un poco de ambas a la vez.
He creado una imagen y una mentalidad de salud, fuerza y estilo, y me nutro de ellas para seguir adelante. Dicho eso, por el momento, mi realidad se encuentra en un limbo intermedio: estoy libre de cáncer, pero aún no estoy oficialmente “curada”; transito este viaje con estilo y fuerza, pero hay una parte mía que aún es frágil y en etapa de curación; puedo transitar el camino con fuerza, pero a veces tengo que tomar las cosas con calma ...
La moraleja de la historia, en materia de tratamiento oncológico y más allá, es la siguiente: sin renunciar a la perspectiva de vaso medio lleno, debo recordar que aún estoy en tratamiento. Debo recordar que no puedo hacerlo todo sola yo.
Sólo entonces el mundo dejará de tironearme en tantas direcciones ...
¿Cómo puede recordar el otro lo que, por momentos, casi olvido yo?